viernes, 19 de julio de 2013

El (groucho) marxismo del Kirchnerismo




Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Grouch Marx, genial comediante.


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Te apoyo la privatización de YPF en la ola de ventas de los 90s, pero cuando necesito que sea manejada por gomías y testas, te inserto a los Eskenazi como socios minoritarios.

Te estatizo YPF y te la convierto en nac&pop cuando los gallegos y los Eskenazi dejan de invertir en aumentar la producción, pero como el Estado tampoco tiene siquiera un dólar para invertir, te hago un acuerdo leonino con la imperialista y norteamericana Chevron.

Te renuevo la Corte Suprema y te la limpio de jueces-servilleta, pero si no me termina gustando su independencia, te promuevo una reforma judicial para quitarles poder y pasar a controlarlos.

Te cierro la compra del yankee dólar y reniego de todo lo que tenga que ver con los 90s, pero cuando las Reservas de BCRA no dejan de caer, te fomento luego el blanqueo de dólares negros emitiendo una nueva cuasi-moneda convertible al dólar.

Te tomo las banderas de los DDHH y las hago propias para el relato, pero no tengo luego mayor empacho en promover la elección del represor Milani como Jefe del Ejército.

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Y así con casi todo.

Que quede claro: en el Kirchnerismo, las convicciones nunca se pierden. En todo caso, se venden.

lunes, 8 de julio de 2013

La mesa de luz



¿Y en el cajón de la mesita de luz? ¿O ya busqué ahí? Mejor me fijo de vuelta, pensé. Por las dudas.


Pero en lugar de encontrarme con el muñeco que nuestra hija se había ganado en la feria el día anterior, sorpresivamente me topé con un manojo de tus cartas, manuscritas y viejas. De otra época. De otra etapa de nuestras vidas.

Uno casi que podía compilar un tesauro de la palabra “amor” con esas cartas. Cursi, sin dudas. Pero rigurosamente cierto.

Los recuerdos se sucedían, veloces, uno tras otro. Viajes, momentos, fechas, aniversarios.
Peleas, discusiones también. Como es propio en toda pareja que realmente se ama.

Y vaya que recordé cuánto fuiste capaz de amar…

Por la próxima media hora, dejé de pensar en mi búsqueda del muñequito. Me senté en la cama, tomando de a una las cartas apiladas desprolijamente en el cajón, y tratando sin éxito de leerlas hasta el final.

Fue un viaje en el tiempo. Un periplo, melancólico, por nuestras vivencias juntos. Pero un viaje incompleto, porque llegó un momento en que no pude seguir más, y tuve que parar.

¿Había pasado realmente tanto tiempo sin que abriera ese bendito cajón? Años, tal vez. Años, seguramente. Años, sin lugar a dudas.

Pero supongo que era consciente que algo así podía pasar. Especialmente cuando decidí mudarme nuevamente a lo que había sido nuestro departamento.